domingo, 25 de abril de 2010

Donde mueren las mariposas

(Nota: El relato pierde mucha fuerza si no se escucha la canción de la cabecera)

Las normas dejan de tener sentido cuando las contemplas desde la desesperación. Supongo que muchos lo han intentado antes que yo, pero la fuerza de la esperanza debilita la razón. Una pequeña luz, un destello lejano en medio de esta oscuridad indescriptible es todo lo que necesito para seguir caminando. Estoy vigilado, pero me siento más listo que ellos, más fuerte que todos, invencible, indestructible…
Hace décadas que se restringieron los viajes al pasado, siendo ahora reductos de una época dorada en la que el ser humano viajaba a contemplar la verdad de la historia. Visto desde la retrospectiva que nos brinda el presente, el ser humano fue muy ingenuo al suponer que la posibilidad de volver a vivir el pasado no supondría un paso atrás para la humanidad; las personas no dejaban atrás sus recuerdos, querían revivir una y otra vez aquellos momentos felices con sus familiares y amigos, querían recrearse una y otra vez en un pasado muerto. El ser humano necesita seguir adelante, y es la distancia en el tiempo la que pule nuestros recuerdos para que sus aristas no sigan desgarrando los hilos de nuestra alma.
Muchos intentaron saltar la barrera, trastocar el pasado, influir en él a pesar de la campaña de concienciación social y la multitud de ejemplos gráficos que mostraban las catastróficas consecuencias de modificar el pasado. “El batir de las alas de una mariposa puede provocar un tsunami al otro lado del mundo” era una frase acuñada en la sociedad Pretemporal para describir una de las premisas fundamentales de un sistema caótico. Cualquier variación en las condiciones iniciales de un sistema caótico puede implicar que el sistema evolucione de forma totalmente diferente.La humanidad no estaba preparada para viajar sin dolor por la escala temporal, y quedaba anclada en sus recuerdos, de una forma mucho más viva que en cualquier otro momento de la historia. Los intentos de saltar la barrera energética que separaba el observador de la realidad muerta se multiplicaban, y no hubo más remedio que restringir el acceso tan sólo para estudios históricos de vital importancia…
Me ha costado quince años. Estudiar Historia, hacer el Doctorado, crearme una fama mundial, una reputación intachable, mientras estudiaba Ingeniería Temporal. Todos creen que soy un genio pero la gente no sabe de lo que es capaz el ser humano cuando tiene un objetivo claro. Lo abandoné todo para alcanzar mi meta. Aún la sigo recordando como el primer día. Y sin necesidad de viajes temporales escucho el eco de su risa melódica en mi cabeza, la luz de sus ojos perfora mi alma herida, que no ha dejado de sangrar. La esperanza de recuperarla se hace más fuerte porque mi lógica, ahora irónicamente irracional, me dice que el destino no debe ser tan cruel como para permitirme llegar hasta aquí sin recompensa. Tiemblo sólo de pensar en escuchar palpitar de nuevo su corazón junto al mío. No me importan las consecuencias; ella murió en el tiroteo que por accidente sesgó su vida cuando perseguían a aquel viajante temporal. El último que intentó saltar una barrera temporal. Nadie la recuerda. Los “daños colaterales” son rápidamente olvidados, pero sus ojos vidriosos antes de morir aún estrujan mi corazón hasta exprimir la última gota de sangre, su último suspiro entre mis brazos aún perdura en mi recuerdo, aislándome de toda realidad y día tras día me he levantado con la misma esperanza; volver a escuchar su voz, volver a sentir su aroma, su aliento, sus besos. Cada día me he levantado con la esperanza de volver a vivir y abandonar este oscuro sendero de eterno dolor.No temo al caos. Me he convertido en un ser egoísta e irracional. No me importa que una insignificante mariposa acabe con la humanidad si con ello vuelvo a escuchar su voz.
Estoy frente a la barrera temporal generada para mi propio estudio, estoy en el instante antes del tiroteo y ya nos veo paseando despreocupadamente. Su risa, siempre su risa inocente y angelical...Es el momento. Quince años para un segundo. Enciendo mi anulador de campos temporales y con la mano derecha apunto a la cabeza del francotirador. Quizás todo siga igual, quizás todo cambie…pero mi mariposa volverá a batir sus alas…

sábado, 10 de abril de 2010

Condenado

Me quedé mirando fijamente a aquel enorme reloj de pared. Me aislé de los sonidos del exterior, de la luz mortecina de la habitación, del gélido ambiente de aquella noche invernal, del olor a rancio de la moqueta enmohecida bajo mis pies, del sabor amargo de la tensión en mi boca…sólo existía ese reloj y yo, en un duelo quizás imposible para un mortal.Toda mi vida había sentido algo en mi interior que me impulsaba a parar ese viejo reloj. Se burlaba de mí. Él disimulaba cuando lo miraba de reojo, hastiado de su tic tac incesante, de su repicar en las horas punta con ese sonido grave y pesado. Ese reloj, vetusto y añejo se reía de nuestras vidas, siempre intentando escapar del tiempo para al final acabar en sus brazos.Pero de repente, aquel tosco péndulo se quedó suspendido en un ángulo imposible. Miré las enormes agujas y comprobé que el segundero se había quedado temblorosamente fijo, asombrado quizás de una parada que el universo no tenía prevista. Me asomé presuroso a la ventana que daba a la calle y, triunfante, comprobé que la vida se había congelado en aquel segundo victorioso; las pardas hojas de los chopos habían quedado suspendidas en el aire mientras dos niños se perseguían en una carrera ahora terminada sin ganador ni vencido.
De repente, una angustia infinita me recorrió el alma, y ahogando un grito de terror desesperado, volví al reloj, intentando forzar de nuevo su maquinaria para que retornara el sempiterno correr de los segundos. No lo conseguí.
No sé si alguien leerá este diario, porque, en esta cruel ironía, he escapado del yugo del Tiempo para formar parte de él. Ahora comprendo que era mejor ser esclavo que condenado.
Demasiado tarde.

martes, 6 de abril de 2010

Noche veneciana.

En un camastro desvencijado, Joel jugaba con un roído antifaz. Era el último vestigio de una noche que igualaba a todos, el recuerdo de una anhelada vida ficticia. Todo a su alrededor lo devolvía cruelmente a su cruda realidad; el papel ajado de las paredes mohosas, el mugriento suelo de baldosas desiguales, el deteriorado espejo sobre el oxidado lavabo, el goteo incesante de un grifo cansado... En su vieja casa del barrio judío veneciano, testigo de su infancia y ahora dueña de su vida, guarida de sus lamentos, Joel se refugiaba del pesimismo sombrío que lo embargaba. Se tumbó sobre aquella cama de sonido lastimero y recordó la imagen de aquella chica de elegante antifaz, purpúreo y llamativo. Aquella sonrisa de ángel había bailado con él la noche pasada, donde todo eran máscaras y todo el mundo jugaba a ser quien no era. Se miraron a los ojos en un eterno segundo, atrapados por la magia del momento, y el temió que ella descubriera en su mirada que estaba nadando en un mar que no le pertenece, viajando en un mundo que no es el suyo. Huyó. Quiso dejar atras las luces, los fuegos artificiales, la alegría desenfrenada del gentío junto al Puente Rialto, las góndolas iluminando el Gran Canal...quiso huir de todo aquello y refugiarse en su camastro polvoriento y aislado, y llorar por un mundo lleno de clases sociales y peldaños imposibles de escalar para un joven criado en la pobreza. Atrapado por el recuerdo de su sonrisa, Joel deseó que siempre fuera carnaval para vivir su vida ficticia que sólo duraba una semana al año...
Mientras, en una casa perdida en un callejón del mismo barrio, Esther guardaba el antifaz de color púrpura que una señora rica le había regalado cuando era pequeña y pedía limosna junto a su madre en las húmedas calles venecianas. Se acordó del chico de roído antifaz y mirada humilde con el que bailó anoche y se maldijo por seguir creyendo en cuentos de hadas y príncipes azules. Los príncipes en la vida real salen huyendo cuando se dan cuenta que la chica no es de su clase social y que sólo pretende vivir una vida ficticia durante el carnaval...

sábado, 3 de abril de 2010

Lágrimas

A finales de aquel septiembre fatídico, sentado en aquel espigón, lejos de las luces de la ciudad y del bullicio anónimo del gentío, dejó que la humedad le calara hasta los huesos. Miraba hacia el horizonte, como si pudiera despegar de la roca en la que se apoyaba, eternamente mojada en sal, y cruzar aquel misterioso mar para empezar de nuevo.El sol cumplió su ciclo y lamió las montañas del oeste. La brisa dejó de ser fresca para tornarse gélida. Pero Arturo no lo notaba. Ni siquiera sentía resbalar las lágrimas por su mejilla. Tan sólo una sensación de ausencia llenaba su corazón.
A la edad que todos los muchachos lloraban su primer amor, Arturo supo lo que era perder a una madre

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