lunes, 31 de enero de 2011

Ya no quiero ser superhéroe

De pequeño quería ser como Supermán. Todos los niños queríamos ser como Superman, que volaba, tenía superfuerza, supervisión, atravesaba paredes y le rebotaban las balas. Era el superhéroe de la infancia porque sus poderes son perfectos a los ojos de un niño; puedes hacer lo que quieras sin que nadie pueda impedírtelo.
Ya de adolescente comienzas a barajar otras posibilidades. El hombre invisible comienza a ser interesante, pues puedes enterarte de todo sin ser visto, y saber lo que realmente piensan los demás de ti, algo que valoramos mucho en esa etapa tan cambiante e insegura de nuestra vida. Conforme maduramos abrimos la mente hacia otras posibilidades más complejas como la telequinesia (claro indicio de que nos hacemos perezosos), la telepatía (una forma avanzada del deseo de enterarnos de todo, pero ahora directamente de la mente, sin conversaciones subjetivas), dominar el fuego o el hielo, etc…
Finalmente nos quedamos con aquellos superhéroes que son capaces de manipular algo, y entre todos ellos mi favorito, como no, es el que pueda manipular el espacio-tiempo, como Hiro Nakamura en Héroes.
Sin embargo mi Señora del Caos, al preguntarle al respecto, lo tenía aún más claro que yo; le gustaría uno de estos dos poderes; el de curar a los seres vivos, o el de poder transmitir a las personas cualquier sentimiento que hayan causado. Básicamente su deseo era poder hacer ver a las personas el sufrimiento que hayan podido causar a otro ser vivo, haciéndoselo revivir en su propia piel.
Lo he pensado y ya no quiero ser superhéroe. Creo que no tendría el equilibrio mental suficiente que tienen los superhéroes para aplicar sus poderes al mundo real. Ellos, los buenos, siempre intentan no hacer un uso excesivo de sus poderes aunque ello signifique darle ventaja a los “malos”. Yo no podría darles esa ventaja. Yo querría coger a ese violador e inyectarle toda la dosis de dolor que ha causado. Yo querría ver una mirada de horror en los ojos de un maltratador, cuando sintiera la misma oleada de miedo que ha provocado en su pareja. Yo sería un superhéroe vengativo, cruel y despiadado que no tendría piedad de todo aquel que haya causado dolor de forma consciente. Yo disfrutaría viéndolos retorcerse de dolor, gritando de miedo, suplicando morir, y los condenaría a un ciclo incesante de sus propias acciones volcadas sobre su mente. No querría que murieran, querría que sufriesen en vida.
Yo querría hacer sentir a estas personas que abandonan a los animales el mismo sentimiento de soledad que embarga a un perro cuando lo dejas abandonado en un camino y huyes con el coche. Querría que sintieran el mordisco del frío de la noche, la angustia de la eterna espera, el dolor de la ausencia…
Por eso no quiero ser superhéroe, porque me convertiría en un juez implacable…

Y aquí os dejo unas fotos de un cachorro que hemos encontrado abandonado mi mujer y yo, y que me ha inspirado esta entrada. Necesita un hogar, nosotros no podemos tenerlo en la Torre, que además está de mudanza. Es muy cariñoso y agradecido y alguien lo ha abandonado cuando aún no ha terminado de aprender lo que es jugar.
Por favor, transmitid esta entrada a alguien que quiera un cachorro para regalarle un poco de cariño. Sabéis que sólo en contadas ocasiones os pido que difundáis una entrada. Ésta es una de ellas.

No hace falta que sea un superhéroe. Nos basta con que sea un héroe.








sábado, 22 de enero de 2011

Tiempo de Cambios

Los últimos meses del 2010 han supuesto una vorágine de perspectivas de cambio en la Torre del Caos. Cuando más sucesos acontecen y más tengo para escribir, menos tiempo tengo de hacerlo. Es una ecuación odiosa, pero no por ello menos cierta.
Si leéis la introducción al blog, a la izquierda, comprenderéis la filosofía que intento instaurar en mi vida; lo caótico, lo desordenado, lo impredecible, no es sinónimo de malo. En el cambio está la oportunidad, la evolución, el salto cualitativo. No siempre es así, y a veces los cambios son a peor. Por eso hay que lucharlos, no hay que dejarse vencer por la desidia o el pesimismo.
La crisis de la que tanto se habla en los últimos años y que amenaza con instalarse para siempre en nuestro día a día ha comenzado a afectar también a la obra civil, y por ello, la Torre ha de ajustarse a los tiempos venideros...
Y ahora tengo que dejar mi tierra, la de la bandera blanca y verde, la de los pueblos encalados, agricultores incansables, y pescadores curtidos. Nací entre olivos, me crié a la orilla del Mediterráneo y me formé bajo la atenta mirada del Veleta. Mi vida ha transcurrido entre Sierra Morena y el Mediterráneo, con sabor a gazpacho y a pipirrana, a sardinas y abadejo, a migas con chorizo y plato alpujarreño. Mi vida huele al alpechín de las fábricas de aceite, al viento salado de la costa, a naranjas del valle del Guadalquivir y al embrujo del Sacromonte. Mi vida es del color de la tierra jienense que me vio nacer, del azul de las playas de Estepona que me vio crecer de niño a adolescente, y del blanco de Sierra Nevada que me vio pasar de adolescente a adulto.
Y en cada rincón de Andalucía guardo recuerdos: de las playas de Huelva, de los carnavales de Cadiz y de sus pueblos blancos, del sol revitalizante de mi Málaga querida, del olor a azahar bajo la giralda de Sevilla, de la amable gente de la campiña de Córdoba, del calor de la familia de Jaén, de las negras arenas de la costa de Almería y del sabor de la Alhambra en las noches de verano.
Por eso, romper con mi historia no va a ser fácil. Dejar atrás más de treinta años de mi Andalucía no es un paso fácil. Pero es necesario.
Que nadie entienda esto como un estado de nostalgia y melancolía que me impedirá avanzar hacia el futuro. Afronto con ilusión una nueva etapa sabiendo que nunca abandono mi tierra porque ella vive dentro de mí y a la vez dejándome llevar por nuevos sabores y sensaciones.
Siempre me gustó Madrid.
Ahora toca escribir sobre tí...







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