Desde tiempos inmemoriales el ser humano ha recurrido a los ciclos para desechar aquello en lo que cree que se ha equivocado, intentando ignorar que nuestras acciones son un “suma y sigue” del que no podemos desprendernos. Creemos que el día 31 de Diciembre de cada año cierra un ciclo y nos aferramos a él limpiando la suciedad acumulada del año y esperando empezar de cero. Este año 2009 nos deja muy claro el concepto de aldea global. En primer lugar, la consabida crisis económica, que no ha golpeado a todos por igual, pero nos ha mostrado lo débiles que somos ante situaciones que escapan a nuestro control. Y nos ha recordado que formamos parte de una maquinaria imparable que recorta nuestras libertades y mueve los hilos de nuestro día a día. Si existe un Dios, seguro que se asombra de nuestras continuas e interminables peleas en su nombre, que en realidad ocultan la lucha por otro dios mucho más poderoso que él y que nos aterroriza cada día con nuevas caras en las bolsas mercantiles de todo el mundo.
La gripe A es otro ejemplo de globalización y de debilidad de nuestra sociedad. Cada vez ronda más en mi cabeza el concepto de Gaia y en que llegará un momento en que ésta restablecerá el equilibrio biológico que nos empeñamos en romper. Y con este pensamiento llegamos a Copenhague, al eterno retorno de los líderes mundiales hablando del mundo que todos queremos sin escucharnos primero. Palabras vacías, promesas que no valen nada, acuerdos de mínimos en forma de tiritas para un enfermo que se desangra por todos lados y que precisa una operación urgente y no especulaciones sobre su futuro.
Ha sido un año de cifras para olvidar; la de las cifras del paro, las de las ayudas a los bancos, las de los contagiados de gripe A, la de los conflictos armados sin resolver. También ha sido un año de cifras para el recuerdo; las de las lágrimas de los fans de Michael Jakson, las de los años de sabiduría acumulada de Francisco Ayala, las de las películas de Jose Luis López Vázquez, las de las retransmisiones de Andrés Montes, las de los versos de Mario Benedetti, las de las lecciones de Lévi—Strauss.
Y una cifra quizás infinita; la cantidad de humanidad que deja tras de sí Vicente Ferrer.
Me quedo con esta última cifra. La mejor de todas para volver a empezar.