Asomado a estribor en medio de aquella tormenta infernal, me quedé ensimismado admirando la fiereza indómita de aquel mar encrespado. Se me asemejaba a un ser vivo de enormes proporciones que se encabritaba enfurecido despojándose de aquellos barcos insignificantes que intentaban surcar su piel líquida. Aquel océano inabarcable, aquel desierto azulado de jorobas cambiantes y valles salados te atrapaba en su seno y en él sobraba agua y faltaban esperanzas. Era aquel piélago inmenso un universo cuya superficie se agitaba con la furia de mil poseidones mientras que en su interior reinaba la calma que precede a la oscuridad definitiva.
Mientras me hundía en sus húmedas entrañas, sentí que formaba parte de él, de aquel mar desconocido que engullía mi cuerpo y liberaba mi alma…