sábado, 17 de diciembre de 2011

Andrew

Andrew nunca había sido un niño “normal”. Su precocidad, asombrosa para los adultos e insultante para sus compañeros, se manifestaba en todos los ámbitos de la vida. Con siete años resolvía sin dilación ecuaciones diferenciales, conocía al dedillo la historia del imperio romano, enumeraba los cien primeros decimales del número pi, y el piano, bajo sus manos, comenzaba a destilar melodías desconocidas hasta entonces por la humanidad. A los doce años, su sed de conocimientos era ilimitada. Tan pronto dedicaba noches enteras a escrutar los cielos con su telescopio como se sumergía en el mundo atómico anotando jeroglíficos ininteligibles en un pequeño cuaderno que una vez rellenado pasaba a formar parte de una legión de libretas ordenadas en sus estanterías.

Pronto se quedaron obsoletos aquellos que pregonaban una inteligencia similar al mismísimo Einstein; los test de inteligencia no eran capaces de abarcar semejante potencia cerebral. Era como intentar medir la altura de un edificio con un metro de costurera. Nadie se extrañó cuando se publicó en grandes titulares que Andrew, a la edad de 19 años había logrado unir la física cuántica, la relatividad general y la teoría de cuerdas, en una Teoría Unificadora que revolucionó el mundo.

Con el tiempo Andrew comenzó a sentir una frustrante punzada de soledad en su interior. Sabía que él era diferente, pero su propia inteligencia lo llevaba a plantearse cuestiones extrañas e inquietantes. Todo el mundo le había contado que tras aquel trágico accidente de tráfico, cuando tenía cinco años, al despertar del coma profundo en el que estuvo vagando entre dos mundos durante casi un año, empezó a mostrar signos inequívocos de una inteligencia especial. Los psicólogos le habían recomendado encarecidamente no profundizar en los escabrosos detalles de aquel trauma, en el que tanto sus padres como sus dos hermanos murieron. No le fue difícil olvidar; no recordaba nada de su anterior vida. Sin embargo, con el paso de los años, aquella pared de olvido levantada tiempo atrás se elevaba ante él como un nuevo desafío al que su mente no podía esquivar. ¿Nunca habéis querido saber que hay tras ese sueño recurrente que todos hemos tenido en alguna ocasión, en el que caes por un precipicio y justo antes de tocar el suelo te despiertas? ¿O que ocurre en aquellos sueños en los que te persiguen y por más que corres no consigues avanzar y va creciendo la angustia de que van a alcanzarte pero nunca lo hacen? ¿Habéis sentido la rabia de llegar al final de un puzle de diez mil piezas y ver que falta la última? Así era la mente de Andrew, un puzzle casi completo con una pieza importante sin colocar, un sueño constante en el que se sabía capaz de aprender y abarcar todo lo imaginable por el ser humano pero en el que había un rincón oscuro y nebuloso que temía y ansiaba conquistar a la vez.

Andrew no podía evitar sospechar que su inteligencia y aquel accidente estaban íntimamente relacionados. Su experiencia y conocimiento le enseñaron que el azar raramente se encuentra en estado puro, y que lo que usualmente llamamos “suerte” no es más que un conjunto de factores entrelazados que no hemos sabido analizar sin más. Pero sus sospechas se tornaron alarma cuando, sentado frente a su madre, le pidió por favor que le hablara de sus padres biológicos y de aquel accidente que decidió el rumbo de su vida, y su madre comenzó a sollozar y a hundir su rostro entre sus arrugadas manos. Se levantó, sacó una carpeta marrón de uno de los cajones de la mesa de la entrada y la puso frente a Andrew. Sintió escalofríos al pensar que todas sus dudas estaban encerradas en esa carpeta, ajada por los años.

- Andrew, algunas cosas es mejor mantenerlas guardadas en el cajón para siempre… -susurró su madre entre lágrimas

- Mamá, no te preocupes. Tú siempre serás mi madre, eres la persona que ha cuidado de mí toda mi vida y la que me acunaba entre sus brazos cuando volvía llorando porque todos los niños me decían que era un bicho raro. Nada de lo que ponga esta carpeta podrá cambiar el amor que siento por ti…-replicó Andrew al tiempo que sacaba unos cuantos folios amarillentos y los desplegaba sobre la mesa…

- Andrew…

Su madre no terminó la frase, al ver el rostro estupefacto de su hijo recorriendo las apretadas líneas de los papeles que estaba examinando. Andrew sintió vértigo primero, indignación después, un vacío indescriptible al final…La verdad era mucho peor de lo que su infalible inteligencia había imaginado. Estaba preparado para conocer la verdad sobre sus padres, la verdad sobre el accidente, la verdad sobre las operaciones a las que tuvo que someterse, la verdad sobre aquel periodo en el que se estuvo debatiendo sobre la vida y la muerte… estaba preparado para todo excepto para que todo fuera mentira. Nunca habría imaginado que todo hubiera sido preparado con tanto detalle para tener un punto de partida, un inicio de la historia de su vida…

Andrew sabía que era diferente a los demás, pero no tan diferente…

De repente se sintió solo. Muy solo, triste y engañado. Miró a su madre y le preguntó con voz temblorosa, insegura, impropia de él:

- Pero…entonces… ¿no soy como vosotros, no siento de la misma forma que vosotros, no pienso como vosotros?

- Hijo mío, estás hecho a nuestra imagen y semejanza. Eres como nosotros, eres mejor que nosotros…

- No mamá, no lo soy. No tengo alma.

Y Andrew, el primer robot humanoide de la historia, comenzó a llorar como nunca lo había hecho.

sábado, 26 de noviembre de 2011

El Transcriptor de Memorias

La revista Ícaro Incombustible ha publicado uno de mis relatos, así que paso a compartirlo con vosotros aunque os recomiendo que os leáis la revista, ya que hay muchos relatos de muy buena calidad. El Transcriptor de Memorias aparece en la página 32


En realidad debería sentirse privilegiado. Llegar a ser Transcriptor de Memorias no es algo al alcance de todos. Los títulos de Ingeniería Sináptica, Psicología Aplicada al Sentimiento y Documentalista de Archivos Biológicos y el Máster en Codificación Binaria de Recuerdos tan sólo te garantizan el acceso al Curso Integrado de Recuperación de Datos Post-Mortem. Y de ahí, sólo los mejores obtienen un puesto como Transcriptor de Memorias.
Hace décadas estos puestos eran sólo en empresas privadas que se dedicaban a la Recuperación de Datos tras el fallecimiento, generalmente familiares que deseaban saber cualquier misterio familiar o resolver dudas referentes a la herencia. Pero tras la entrada en vigor de la Ley de Archivos Neuronales, en el que el Gobierno tiene plenos poderes para la confección de un APM (Archivo Post-Mortem), se han multiplicado los puestos gubernamentales en los diferentes estados. Hubo una gran revuelta social en contra de esta medida; atentaba contra la libertad individual de las personas una vez fallecidas pero el Gobierno aseguró que era una Ley que garantizaba la seguridad futura de la sociedad y que en ningún caso los datos más íntimos de las personas serían revelados. El tiempo le dió la razón al Gobierno; muchos casos de asesinatos fueron resueltos pues tarde o temprano los misterios quedaban al descubierto y con el devenir de los años, el índice de delincuencia y asesinatos cayó en picado; nadie se siente ahora impune ante la ley y tan sólo la espina de los crímenes pasionales, irracionales en su definición, siguen hostigando a la sociedad.
No es un trabajo fácil. Conseguir la pauta electromagnética justa para entrar en resonancia con el cerebro del individuo es sólo el principio. Luego es necesario separar la caótica maraña de sentimientos de la de los pensamientos, y desgranar uno a uno los miedos, las ilusiones, las esperanzas, las dudas, las inquietudes, los recuerdos, los sueños... En ocasiones es imposible separar determinados datos, que son irremediablemente clasificados como Miscelánea. El avance de la Neuromática hace que cada vez sea más fácil clasificar los datos en función de su huella electromagnética, pero esta ciencia aún es joven y el campo que queda por explorar es inmenso...
El Transcriptor de Memorias era una persona alegre y extrovertida. Pero tras años dedicado a diseccionar la auténtica esencia de las personas, había acabado por rendirse. Había gente maravillosa que se había pasado la vida oculta entre las sombras de los miedos y las indecisiones y gente arrogante y ruin que había triunfado en la vida. Su particular juramento hipocrático le impedía hablar de ello a nadie y poco a poco comenzó a evitar a esta sociedad que ahoga a las personas con luz y enaltece a aquellos que guardan la sombra.
El Transcriptor de Memorias se había enamorado muchas veces. De nadie vivo. Se enamoraba de los pensamientos y sentimientos de las personas, hombre o mujer, niño o anciano. Había muchas cosas bellas en el ser humano. Algunas horribles, pero también sentimientos maravillosos imposibles de describir con palabras o de condensar en un archivo. Y de alguna forma, se sentía orgulloso de captar la esencia, el alma de la gente y poder recuperarla en forma de archivos para que de alguna forma pudiera seguir existiendo.
Pero una incesante sensación de angustia planeaba sobre él de forma constante.Al fin y al cabo, había un precio enorme que tenía que pagar por todo este conocimiento, y en ese sentido la Ley era tajante y pretendía impedir que cualquier Transcriptor se hiciese con un número considerable de archivos. Y esto podía ocurrir si un transcriptor recuperaba a varios transcriptores, ya que su memoria retenía de forma inconsciente todos los datos de las personas que habían pasado por él.
Así que, curiosamente, nadie recuperaba la esencia del Transcriptor de Memorias.
A cambio de condensar y guardar las almas de los demás, la suya debería evaporarse y perderse en la nada...

viernes, 18 de noviembre de 2011

Sentimiento de culpa

¡Alto!- grité desde la torre de control.


La figura seguía corriendo, ignorante quizás de que nuestra visión nos permite distinguir el más nimio movimiento. Miré hacia atrás; todos paseaban tranquilamente al abrigo de la enorme pared de fibra de carbono reforzado que separaba la ciudad de los asentamientos rebeldes. En ocasiones me angustia mi rutina diaria en esta frontera infernal; vigilar y disparar cargando más culpa contra mi conciencia para que el resto de neoseres pudiese liberar la suya.


No es fácil dispararles. Al fin y al cabo, los humanos fueron nuestros creadores…

miércoles, 19 de octubre de 2011

Crónicas Suburbanas II.

En esta época se mezcla en los vagones la ropa que viene con la que se va, los pantalones de pana con los de lino. A las 15:00 horas de un viernes, se entremezclan los trajes de chaqueta de Emilio Tucci con las camisetas de manga corta de Zara, los maletines de ordenadores con las mochilas del que lleva la vida de un día a cuestas. Rostros cansados y somnolientos contrastan con otros iluminados ante la perspectiva de un fin de semana.
Por lo demás, lo habitual; libros tomados como refugio, bastión y cárcel de aislamiento, escudo contra el de enfrente. Auriculares variados, acordes suficientemente altos para advertir un "no te escucho", aderezados con miradas que se pierden en la lejanía.Frente a mí, de perfil, charlan dos compañeros de trabajo, hablan de un taller. Frente a ellos un señor cercano a la jubilación, tez morena, bigote hirsuto, ojea el periódico gratuito por encima de las gafas. Pantalón de pana y camisa de manga larga, arriesgado aún para esta época.
Al otro lado un muchacho de pelo rubio enmarañado y barba vikinga, mochila verde militar, dormita a ratos. Zapatos negros, gastados, informales, pantalón de chándal...suena un móvil a mi derecha. El propietario, orondo, de camisa apretada y rostro lunar, despierta sobresaltado. Conversación breve, se agradece el tono bajo de voz, aunque quizás no pueda ser de otro modo, ya que su boca es inusualmente pequeña, como la de los pececillos de una pecera acercándose al cristal...Nueva parada. Se levanta el chico vikingo y se sienta una chica morena. Se vuelve a levantar y escoge otro sitio más alejado. No le ha gustado el sitio. Al lado hay una mujer de mediana edad en estado de duermevela, encorvada algo hacia delante, más por cansancio que por la edad.
Siguiente parada; la mujer semiencorvada llega a su destino, y su lugar (el del vikingo) lo ocupa una chica morena y rellenita y al lado un chico delgado de tez afilada. Se conocen y charlan. La chica se parece al señor de boca de pez y rostro lunar, que curioso.Siguiente parada. El tren frena, el chico de boca de pez se levanta, el señor de mediana edad que cabecea a ratos, sentado junto a mí, también, y uno de los compañeros de trabajo deja sumido en la mudez al otro. El tren comienza a vaciarse fruto y señal de que se acerca a su destino final.

La siguiente es la mía

Salgo, dejando atrás a mis compañeros de viaje, para cambiar de destino, en otro viaje lineal, dirigido y cronometrado...

viernes, 7 de octubre de 2011

Ocaso

La revista Periplo ha tenido a bien publicar un pequeño microrrelato de mi cosecha.

Os dejo el enlace: http://issuu.com/revistaperiplo/docs/revistaperiplo/114, porque entiendo que es mejor visitar el sitio que postearlo aquí.
En las páginas iniciales, en la sección de "Plumas en el tintero", encontraréis una pequeña reseña que me han pedido como introducción...ya me diréis si la descripción se ajusta a lo que habéis leido a lo largo de estos años en la Torre...

Saludos a todos!

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