miércoles, 8 de agosto de 2012

Híbridos

“Se llama Salvador. Le he dicho que viniera esta noche a cenar a casa. Y antes de que metas la pata hasta el fondo, papá, te advierto que Salvador es un Híbrido.” 
Me quedé con la cuchara a medio camino entre mi boca y mi plato, mientras miraba como mi padre pasaba en silencio por varias tonalidades de rojo y morado hasta estallar en una tormenta de palabras que se atropellaban unas a otras: “¡¡Pero de que cojo…como te atreves a…que mierda he hecho yo para…!!”. Mi madre trataba de capear el temporal para que la cosa no fuera a mayores, diciéndole que se tranquilizara, lo que hacía que se cabreara aún más: “¿Qué me calme? ¿Qué me calme?¿Pero tú estás oyendo a tu hija?¡ Un híbrido dice! ¡ Un puto mestizo! ¡Mi hija, por dios santo!¡ Voy a ser el hazmerreir de toda la puta Jefatura de División“.
 Mi hermana siempre había sido la rebelde de la familia. Mi hermano el mayor, sin embargo, siguió los pasos de mi padre y pronto comenzó su carrera militar. El día que fue destinado a la base de Titán, mi padre debió sentirse el hombre más feliz del sistema solar. ¡Su hijo graduado en la Academia y destinado en el puesto fronterizo por excelencia! Mi madre por el contrario se pasó semanas vagando por la casa como alma en pena. “No llores, mujer”, le decía mi padre. "Si hoy en día no es como antes, que esos viajes interplanetarios duraban años…Ya sabes que el viaje hasta la frontera dura tan sólo un par de semanas, y además con las nuevas comunicaciones cuánticas podrás hablar con el casi en tiempo real, no me será difícil conseguir un Nivel 4 de Comunicación Interplanetaria"… Y así fue. Para un general condecorado en la Segunda Ciberguerra, los trámites burocráticos eran mucho más llevaderos que para el ciudadano de a pie. Mi madre se hizo entonces adicta a la pantalla holográfica que le conectaba con mi hermano Adrián e insistía en enviarle ropa y comida criogenizada mediante valija temporal casi a diario.
Pero mi hermana desde el principio dejó claro que a ella el tema militar o policial no le llenaba en absoluto, para desesperación de mi padre y alivio de mi madre. Mi padre, que en el fondo era un buenazo, tuvo que dejarle que iniciara sus estudios en Ingeniería Neuronética y pronto se convirtió en una activista y férrea defensora de los derechos de los Híbridos. El día que papá vio en las noticias del holodiario a Ángela en cabeza de un grupo de manifestantes pro-híbridos, casi le da un ataque. Para papá un Híbrido era un desertor de la raza humana, un traidor, la bazofia más pútrida del Sistema Solar. Al fin y al cabo, decía él, los Cyborg no pueden evitar ser lo que son, pero “estos mestizos de mierda están vendiendo su puta alma humana a cambio de nanochips implantados en el cerebro, que asco de gente”, vociferó mientras apagó el Holovisor de pura rabia. Cuando Ángela llegó a casa, aún con los restos de alguna pintura en la mejilla, mi padre salió de casa dando un portazo y mascullando algo acerca del aire infestado de traición o algo así. Estuvo casi dos semanas sin hablar con mi hermana y cuando lo hizo fue para decirle que la próxima vez que le fuera a dar un disgusto, esperaba que se lo dijera a la cara antes de tener que enterarse por los holodiarios que la hija del general Campos hacía sentadas ilegales frente a la sede de la Delegación del Gobierno Estelar para protestar por los derechos de los mestizos. Yo por aquel entonces admiraba tanto a mi hermano Adrián como a mi hermana Ángela. Con puntos de vista totalmente diferentes sobre la vida y sobre la situación actual, ambos defendían sus posturas con vehemencia. A mí, a diferencia de mi hermana, me costaba discutir con papá y de hecho lo evitaba a toda costa. Papá siempre me daba la misma charla que años atrás le daba a Adrián, acerca del honor, los valores de la sociedad y la necesidad de estar preparados para la Tercera Ciberguerra como siempre lo habíamos hecho. Ángela sin embargo me moldeaba en la sombra, hablándome de un sistema solar unido, de un universo compartido con otra raza inteligente y de la necesidad de que evolucionáramos hacia un nuevo estadio, que quizás tuviésemos que librar muchas batallas antes de llegar a esa paz, pero que el primer paso tenía que ser igualar su tecnología y superarla para poder luchar en igualdad de condiciones. En mi mente de adolescente todo eso formaba un batiburrillo difícil de asimilar. Ángela siempre me decía que el problema de la generación de papá y las anteriores era que no acababan de aceptar que una raza que ellos crearon, los cyborg, finalmente se desprendiera del yugo de los humanos y decidieran seguir su propio camino. Que la vida, ya fuera de carbono o de silicio, era vida al fin y al cabo y que había que encontrar el equilibrio. Que el Proyecto SIC era la solución. Pero claro, luego venía papá y me decía que eso de evolucionar tu cuerpo de forma artificial era como prostituir tu alma, que prefería morirse con cien años, senil, arrugado y decrépito antes que vivir trescientos años a base de implantaciones de plástico y silicio.
Mi hermana Ángela conocía a la perfección el carácter explosivo de mi padre y sabía que tenía que dejarlo vociferar hasta que perdiera fuelle, así que aguardó pacientemente los diez o doce minutos de discurso paternal acerca de hijos desagradecidos que pisotean los valores de sus padres y de la tendencia de la juventud a dejarse llevar siempre por las nuevas modas, y cuando el huracán que emanaba de la boca de papá fue arreciando, mi hermana le dijo que no tenía porqué ponerse así, que a ella no le apetecía tampoco traer a su novio a casa, y que si lo hacía era simplemente porque no quería que le diese un infarto si la veía en el holodiario besándose con él y porque mamá también tenía derecho a conocerle. “Ella no tiene la culpa de que tú seas un miope retrógrado”, terminó mi hermana. Mi madre la miró con los ojos desorbitados y el gesto de súplica mientras yo hundía mi cuchara en la sopa de algas y miraba de reojo a mi padre para ver si tenía que ponerme a cubierto. La discusión, sin embargo, terminó ahí. Mi padre dejó el plato sin tocar en la mesa, encendió el sintonizador de empatía del comedor y se tumbó en el sillón de relajación neuronal. Se hizo un silencio bastante incómodo en el que sólo se escuchaba el suave zumbido del sintonizador y a mi madre hablando en susurros con mi hermana mientras colocaban los platos en el regenerador. Mi madre le decía que fuera comprensiva, que mi padre era buena persona pero que había vivido dos guerras y había visto morir a su propio hermano y a muchos amigos a manos de los cyborg. “Pero no de los híbridos, mamá, los híbridos son humanos, simplemente aprovechan la tecnología para evolucionar, para mejorar, esas teorías de la evolución natural tienen que ser revisadas hay otro tipo de evolución, y si no lo aceptamos, nos quedaremos estancados como los neandertales y nos extinguiremos. Ya hay una raza que mejora la nuestra, es cuestión de tiempo que terminemos recluidos en el cinturón interior del sistema, mientras que los cyborg exploran Alfa-Centauri y los sistemas próximos.” Mi madre miraba con ternura a mi hermana, intentando comprender. “No sé, hija, es que es un poco, no sé…,¿dónde queda el alma”? “Oh vamos mamá, tú también te tragas toda esa propaganda barata del alma? Eso es lo que quiere la Iglesia Humanista que pensemos, que el alma reside en un trozo de cerebro que sustituimos para implantar un nanochip de control celular, de estimulación auditiva o de memoria acumulativa. Si los dispositivos son externos, nadie dice nada, pero si van incrustados en el tejido cerebral todo el mundo pone el grito en el cielo, es una hipocresía barata, no lo ves? Mira papá, utilizando el sintonizador de empatía y el sillón de relajación neuronal, al fin y al cabo es lo mismo que si tuvieras la aplicación implantada en el córtex, con la ventaja de que forma parte de ti y lo usas en cualquier sitio”
Al final mi madre terminaba como siempre acababan estas batallas entre padre e hija, sollozando y diciendo que ella lo único que quería es que fuese feliz, pero que comprendiera a mi padre. Mi madre era pura bondad, la pobre, y quizás yo heredase ese carácter suyo que rehúye de toda polémica para no desagradar a nadie. Ángela por el contrario era igual que papá, terca como un rinofante, y seguramente por eso chocaban tanto. Cuando sonó el timbre de la casa aquella noche todo el mundo se puso tenso. Ángela aparentando tranquilidad cuando en realidad se estaba mordiendo el labio inferior constantemente. Mi padre tieso como una estaca y aparentando indiferencia. Mi madre no aparentaba nada, ella estaba nerviosa a la vista de todos e iba de un lado para otro frotándose las manos y mirando de reojo a mi padre y a mi hermana. Yo por mi parte estaba ansioso por conocer a Salvador. Gracias a dios, nadie me había preguntando mi opinión porque mentir se me daba igual de mal que llevarle la contraria a mi padre, y en este caso yo sentía verdadera curiosidad por conocer a un Híbrido. Salvador tenía la cabeza rapada, como todos los híbridos, una apariencia que no les ayudaba en nada a ganarse el favor de la sociedad, ya que su rostro recordaba a los cyborgs. Pero la eliminación del vello capilar era necesaria para evitar complicaciones en los implantes y actualizaciones de las aplicaciones del software neuroartificial. Salvador sin embargo lucía una barba bien recortada que humanizaba su aspecto y tuvo la decencia de traer puesta una boina para ocultar su calvicie. Obviamente trataba de resultar lo menos desagradable posible a los ojos de mi padre, que en un ejercicio de autocontrol propio de su carrera militar, estrechó la mano de Salvador y le dio la bienvenida a su casa.
La cena transcurrió bastante tensa. Mi padre intentó sacar conversación al principio preguntándole a Salvador a qué se dedicaba, pero cuando éste le respondió que era Técnico de Software Neuronal, el semblante de mi padre se contrajo y no volvió a abrir la boca durante la cena. El peso de la conversación lo llevó mi madre, que intentaba hablar de cosas sin importancia, y yo me gané la mirada furibunda de mi padre cuando no pude evitar mi curiosidad y le pregunté a Salvador que qué tipo de implantes se había insertado. Mi madre me dijo que eso era de muy mala educación. Y yo que iba a saber, si nunca había visto a un Híbrido y nunca se podía hablar del terma en casa. A Salvador no pareció importarle sin embargo, y rió de buena gana al tiempo que mi hermana se puso colorada y abría los ojos mirándome como si quisiera abrirme la cabeza de un mazazo. Me sentí un poco ridículo y odiaba que mi familia me tratara como un crío cuando ya estaba cerca de cumplir los diecisiete. Salvador sin embargo me hablaba como a un mayor y me dijo que no me preocupara, que era normal mi curiosidad, pero que no era buena idea hablar del tema porque podía herir la sensibilidad de mis padres. La verdad es que el chico era muy educado, yo no sé si tendría alma o no, como decía mamá, o si sería un traidor a la raza humana como decía papá, pero la verdad es que a mí el novio de mi hermana me caía genial. Cuando Salvador se marchó mi padre se sirvió un whisky de los caros, de la botella que abrió cuando mi hermano fue destinado a Titán, sólo que aquella vez tardó media hora en beberse el vaso, recreándose y parloteando con sus amigos, y ahora lo bebió de un trago y sin decir palabra. Mi hermana se acercó a él por detrás, lo abrazó fuerte y le dio un beso en la mejilla. “Gracias papá, sé que no es fácil para ti”. Mi padre le apretó la mano contra su hombro y le prometió que intentaría respetar su decisión, pero que no pidiera que la comprendiera. A mí me dio pena mi padre, parecía un gigante hundido. Me entraron ganas de abrazarle y de explicarle que a mi Salvador me había parecido tan humano como nosotros, pero preferí cerrar la boca no fuera que estropeara aquel momento de calma. Antes de ir a dormir me asomé al cuarto de mi hermana. “Pasa Alfredo”, me dijo. “¿Qué te ha parecido Salvador?”. Yo quería decirle todo lo que pensaba, ahora que alguien me preguntaba, pero miré de reojo fuera del cuarto, no quería arriesgarme a que mi padre me escuchara. “No te preocupes”, me dijo Ángela, “he activado el escudo sónico, estamos a salvo de reprimendas”. Entonces le dije que a mi Salvador me gustaba mucho, que me hablaba como a un mayor y no como a un crío, y que por mucho que papá hablara de traidores, a mí su novio me había parecido un tío normal, como otros novios que había tenido, pero más simpático. Mi hermana sonrió y se sentó a mi lado. “Alfredo, ¿quieres saber el último implante que se ha insertado Salvador?” Yo asentí ansioso, y entonces me contó que se había implantado una aplicación que se llamaba Multiplicador de Sinapsis, y que mejoraba y aumentaba la velocidad de transmisión de información entre las neuronas. En definitiva te hacía más inteligente. Mucho más inteligente. Tan inteligente como un cyborg, pero con el instinto de supervivencia de un ser humano. Y que Salvador le había dicho que podía contármelo, que yo no diría nada a nadie. Y estaba seguro de ello porque ahora era capaz de leer las pautas cerebrales de los demás, y la mía le había gustado. Podía confiar en mí, eso le había dicho a mi hermana. Siempre recordaré aquella noche en la que me sentí partícipe de aquel secreto. Por fin sentí que dejaban de tratarme como a un niño. 
Años más tarde comencé a atar cabos, y comprendí cuan realmente inteligente había sido Salvador aquella noche y las siguientes, ganándose la confianza de mi padre y de sus amigos de la Armada, soportando las miradas de desprecio y cambiándolas con paciencia y dedicación en afecto y respeto. Veinte años después de aquella noche, cuando estalló la Tercera Guerra, los puestos fronterizos fueron arrasados por los cyborg y las fuerzas humanas se replegaron tras el cinturón de asteroides, reforzando las bases de Marte, la Tierra y Venus. Mi hermano Adrián, para entonces ya Comandante de la Séptima Flota, alunizó con la mitad de su escuadra. Pero cuando todo parecía perdido y los Cyborg hacían retroceder las defensas, miles de naves surgieron de entre los asteroides del cinturón para atrapar a las naves enemigas en un callejón sin salida. Y mi padre, con noventa y tres años de edad, tuvo el orgullo de condecorar con la Estrella Dorada del Sistema Solar a los primeros generales híbridos de la Historia, los que habían liderado la Resistencia durante la última década… 
A Salvador Andrades, General y Jefe de la Resistencia 
Y a Ángela Campos, General de la División de Ingeniería.

10 comentarios:

algalan dijo...

Muy bueno. Te engancha desde el principio. Quiero un chip cerebral de esos y ¿por qué no?, otras mejoras más. ¿Cuándo sacan la peli? quiero verla.

X dijo...

Muy, muy bueno. Como de costumbre, vaya. Qué difícil es ver en la blogsfera blogs que se dediquen a la ciencia-ficción, y qué afortunados los que los encontramos.

Isi G. dijo...

Muy bueno, ha sido genial tanto el mundo que expones como el final :)

¡Besos!

fbm dijo...

Entre la segunda y la tercera linea del último párrafo largo, falta algo. Por lo demás, muy bueno y elaborado, como de costumbre. Últimamente blogueas poco, pero más vale poco y bueno que malo y mucho.

Atlántida dijo...

vaya Yandros te has superado, creo que este post da para una novela al más puro estilo el juego de Ender y otros clásicos de la ciencía ficción.
Me encantaría conocer en profundidad a Salvador.

Yandros dijo...

Algalan:Al fin y al cabo, tu tienes la cabeza rapada como los híbridos...eres la evolución jajaja
X: Gracias, vieniendo de tí es todo un cumplido. Últimamente noto que las historias se me quedan cortas, que necesito escribir mas y mas...pero paro para no aburrir mucho. A ver si encuentro el equilibrio
La Petit: El mundo es mucho más amplio en mi cabeza, espero poder sacarlo poco a poco
FBM: Siento teneros algo abandonados, compañero, pero llevo medio año haciendo cursos de escritura para poder ganar algo de soltura. Espero que se vaya notando poco a poco en estos relatos!
Rebeca: El Juego de Ender es genial pero sus continuaciones son sencillamente una obra maestra. Te recomiendo encarecidamente que las leas, pues hacen una mezcla de ciencia ficción, filosofia y reflexiones muy buenas. Te gustará, porque tiene cierte toque romántico en muchas cosas

Yandros dijo...

FBM: Con los retoques finales me había comido unas palabras jejee. Muchas gracias, ya lo he corregido

Camaleona dijo...

¿Existen los chips para que un bebé de menos de un mes duerma toda la noche de un tirón? Se lo ponía ya mismo de buena gana :S

Me encanta, en qué espacio de tu cerebro guardas todas esas historias??????

barbaria dijo...

He disfrutado mucho con el relato y a mí también se me ha quedado corto.
Muy bueno!!
¿Continuará?

Yandros dijo...

Camaleona: Si los bebés no lloraran, que seria de las madres? Jajajaj
Barbaria: Por ahora es complicado que continue los relatos, quiero sacar las ideas de mi cabeza. Cuando tenga muchas las ordenaré y veré si algunos relatos puedo estirarlos algo más, quien sabe, todo es tan...caótico jajaja

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