jueves, 7 de abril de 2011

Lazos de acero I.











Escuchar a Loquillo y los Trogloditas es para mí sinónimo de recordar viejos tiempos con nostalgia y alegría. Nostalgia de aquellos años de adolescencia y juventud con pocas preocupaciones y muchas ilusiones. Alegría al recordar que tuve una suerte enorme de encontrarme con una serie de personas que acabaron marcando mi vida para siempre y a los que le debo parte de lo que soy actualmente. Han aumentado las preocupaciones con los años. Pero no me ha mermado la ilusión, quizás porque supe distribuirla y compartirla con amigos de aquellos que jamás abandonan tu camino.

Quiero comenzar una serie de capítulos hablando de mis amigos de la infancia, que fueron los de la adolescencia, los de la juventud, y siguen siendo pasada la treintena. Más de un cuarto de siglo contemplan nuestras andanzas.


Escuchar a Loquillo es ver a mi amigo Francis. El no es feo ni excesivamente formal, pero si bastante fuerte. Describir a Francis es hacerle perder personalidad; es de aquellas personas que hay que conocer para poder comprender su capacidad de atraer a la gente. Quizás con la primera impresión parezca algo tímido y de pocas palabras, impresión se borra en cuanto le rodea un grupo con el que se siente agusto, porque irremediablemente se vuelve el centro de la reunión. No porque lo pretenda, ni le guste acapararla. Es algo natural, innato. Hay personas que buscan ser el centro de atención. Otras simplemente lo son por naturaleza, por afinidad con el entorno, por su forma de hablar, de explicar, de convencer, de mirarte o de hacerte sentir. Si tuviera que elegir una palabra creo que eligiría despreocupación. Con Francis siento despreocupación de los problemas diarios, se me tornan superfluos e insignificantes.


Yo llegué a Estepona con casi siete años, llorando por haber dejado atrás a mis amigos y a todo lo que conocía hasta entonces.Si hubiera podido ver la película de lo que sería mi vida en el futuro, hubiera comprendido que el irme a vivir a ese pueblo de la costa malagueña fue un guiño del destino. Yo no sería Yandros si no hubiera vivido tantos años allí. Yo no sería Yandros si mis amigos no hubieran irrumpido en mi camino.Yo no sería Yandros si no hubiera tenido los maestros que he tenido, los padres que la vida me ha regalado, la familia que me ha querido, la Señora del Caos que he conquistado...

Y yo no sería Yandros si no hubiera conocido a Francis.

Siempre he sabido que puedo contar con él, como dice la canción. La sabía antes de terminar la EGB despues de siete años en la misma clase, antes de terminar el Bachillerato, de los viernes de futbolines, de las risas en las clases de inglés de la Casa de la Cultura, antes del viaje a Hernan-Valle, antes de la Sauceda, de las tardes de canciones de Sol Negro donde el ponía música a mis letras a ritmo de guitarra, antes de irme fuera de Estepona a estudiar. Lo he sabido siempre que vuelvo a encontrarme con él, en las barbacoas que celebramos en su casa y siempre que volvemos a recordar, una y otra vez, anécdotas de mas de un cuarto de siglo de historia, para desesperación de nuestras sufridas esposas que han de escuchar la misma retahíla una y otra vez cuando nos juntamos los amigos.



Pero una historia contada por Francis, una, dos, tres y cuatrocientas cincuenta y siete veces, nunca es la misma historia. Siempre hay algún gesto, alguna palabra, algún recuerdo adicional que todos esperamos. Y nunca defrauda. Ni contando historias ni como amigo.





LinkWithin

Related Posts with Thumbnails