Inauguro una nueva sección bajo el lema "QUE RABIA DA...". Copiada de un programa de radio de mi época estudiantil (que lejos quedan aquellos años), se trata de describir cosas que te den mucha mucha rabia.
Tomé la iniciativa de comenzar este capítulo el pasado fin de semana, cuando Nieves y yo fuimos al cine. Al ir a sentarnos en nuestros asientos, había una pareja a la que le dije que ésos eran los nuestros, y ellos aseguraban que eran suyos. Sacamos las entradas y... los dos teníamos razón. Fui a decírselo a la acomodadora, más que nada porque no vemos ninguna emoción especial en ir probando suerte a sentarte en sucesivos asientos mientras la gente va llegando y te va echando porque son los suyos (que es lo que todo el mundo debería hacer en vez de sentarse aleatoriamente con el consabido "si da igual..."). La chica me comentó "Eso es imposible, el ordenador no se equivoca". Se me activó un CLIC en algún recóndito lugar de mi cerebro, un dejá vú (o como se escriba) de algo que en los últimos años se viene repitiendo; el paso del "yo no me fío de la maquinita" al "la máquina no se equivoca". Debe ser el cambio generacional.
Resultó que no había error, los asientos eran iguales, pero a nosotros nos habían vendido las entradas para el día siguiente. No hubo problema, tuve que ir a que me la cambiaran, pero tuve que escuchar tres veces el "Que raro, si la máquina no se equivoca", por parte de la acomodadora, de la chica que pica las entradas y de la taquillera. Me abstuve de explicarle que evidentemente la máquina no se equivoca porque la máquina no toma decisiones, pero hay una persona que tiene que introducir datos.
Corolario: Evidentemente las máquinas no se "equivocan", porque errar es de humanos; pero las máquinas fallan, y los humanos se equivocan, y entre ambos está el error.
Teoría: Estamos pasando de la generación que no se fiaba de las máquinas a la que creen que las máquinas son infalibles. Agradezco al destino estar entre ambas, consciente de la ayuda que nos prestan y reticente de nuestra capacidad para entenderlas cuando se vuelven complejas.
Conclusión: Que rabia da tener un problema y que te digan "Es que la máquina no me deja..." o "Que raro, la máquina no puede equivocarse..." Que bueno es que haya niños para echarles las culpas...
Tomé la iniciativa de comenzar este capítulo el pasado fin de semana, cuando Nieves y yo fuimos al cine. Al ir a sentarnos en nuestros asientos, había una pareja a la que le dije que ésos eran los nuestros, y ellos aseguraban que eran suyos. Sacamos las entradas y... los dos teníamos razón. Fui a decírselo a la acomodadora, más que nada porque no vemos ninguna emoción especial en ir probando suerte a sentarte en sucesivos asientos mientras la gente va llegando y te va echando porque son los suyos (que es lo que todo el mundo debería hacer en vez de sentarse aleatoriamente con el consabido "si da igual..."). La chica me comentó "Eso es imposible, el ordenador no se equivoca". Se me activó un CLIC en algún recóndito lugar de mi cerebro, un dejá vú (o como se escriba) de algo que en los últimos años se viene repitiendo; el paso del "yo no me fío de la maquinita" al "la máquina no se equivoca". Debe ser el cambio generacional.
Resultó que no había error, los asientos eran iguales, pero a nosotros nos habían vendido las entradas para el día siguiente. No hubo problema, tuve que ir a que me la cambiaran, pero tuve que escuchar tres veces el "Que raro, si la máquina no se equivoca", por parte de la acomodadora, de la chica que pica las entradas y de la taquillera. Me abstuve de explicarle que evidentemente la máquina no se equivoca porque la máquina no toma decisiones, pero hay una persona que tiene que introducir datos.
Corolario: Evidentemente las máquinas no se "equivocan", porque errar es de humanos; pero las máquinas fallan, y los humanos se equivocan, y entre ambos está el error.
Teoría: Estamos pasando de la generación que no se fiaba de las máquinas a la que creen que las máquinas son infalibles. Agradezco al destino estar entre ambas, consciente de la ayuda que nos prestan y reticente de nuestra capacidad para entenderlas cuando se vuelven complejas.
Conclusión: Que rabia da tener un problema y que te digan "Es que la máquina no me deja..." o "Que raro, la máquina no puede equivocarse..." Que bueno es que haya niños para echarles las culpas...
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